2008
10mo Encuentro
El Centro Humboldt, la globalización y la geografía
Prof. Omar H. Gejo
A mediados de la década pasada se conformó el Centro Humboldt. Este hecho fue producto, como es lógico, de una compleja trama de circunstancias, entre las que cabe hacer notar el peso decisivo del vuelco de expectativas generado por el comienzo del fin de la euforia finisecular hasta allí imperante, consistente ésta, básicamente, en la apología del capitalismo globalizado [1].
Precisamente, la organización humboldtiana en la Argentina surge como un intento de confrontar conceptualmente con los supuestos de la presumida nueva etapa, signada, definida, determinada por la globalización[2]. Todos sus primeros pasos se encaminaron a dar la batalla a esta omnipresente interpretación que entendíamos que constituía un embuste y era, además, decididamente, un manifiesto antigeográfico. Así, la revista Meridiano, en su primer número, en agosto de 1995, blandía una esclarecedora respuesta de la conservadora The Economist, que colocaba en su lugar a los afiebrados seguidores del nuevo culto, y que estaba sustentada en una abierta y clara reivindicación de la Geografía [3]. Con este antecedente dimos a conocer el rumbo que elegíamos: defensa a ultranza de la geografía como punto de apoyo para derrotar la vulgaridad reinante, la de los globalizadores, tanto en su versión ortodoxa economicista como en el enfoque heterodoxo sociologizante, a menudo presentado este último como progresista. Para este último, sobre todo, acopiamos algunos materiales, siempre de fuentes inobjetables, es decir reconocidamente sistémicas, que reprodujimos a través también de Meridiano[4]. No hubo tregua pues para unos, pero tampoco tuvieron resuello los otros, los posaban de opositores, los que se presentaban como una falsa alternativa.
En resumen, sería imposible escindir la creación y construcción del Centro Humboldt al margen de aquel contexto, del que éramos plenamente partícipes conscientes.
- Enfrentando a la "Globalización"
Una de las primeras tareas que el Cehu llevó a cabo, por lo tanto, fue la de establecer un cuadro de situación que diera cuenta de aquella realidad que enfrentábamos. El análisis de la globalización, por ende, nos distrajo cierto tiempo. Este seudoconcepto, de fulminante desarrollo, lo abarcaba casi todo. Superficialmente implicaba una geografización, pero en lo profundo, en lo esencial consistía en una tajante negación de las bases mismas de la geografía. Y como el manifiesto antigeográfico que era, por lo tanto, no podía ser más que una burda tergiversación conceptual de la realidad, un fallido abordaje de la problemática del presente.
La globalización era presentada como una divisoria de aguas. En términos históricos representaba una nueva época; en términos geográficos implicaba la dramática reducción, cuando no la desaparición, de las distancias. Producto de la revolución científico-tecnológica el pasado era pasado definitivo, intrascendente y la fricción del espacio también estaba llamada al ocaso irreversible. El mundo se transformaba así en un mundo virtual. Pero detrás de estas ensoñaciones se movía el carácter fundamental de esta imposición, la supuesta disolución de los mecanismos históricos de diferenciación material que, aparentemente, habían dejado de actuar milagrosamente por obra y gracia de la fenomenal mutación tecnológica de las últimas décadas.
Por supuesto que un factor aun más gravitante que el salto tecnológico para esta formidable ofensiva ideológica era el derrumbe del orden de posguerra, hecho que trastrocó definitivamente casi medio siglo de un determinado equilibrio que involucraba a naciones, regiones y clases. Este orden, surgido tras la segunda guerra mundial, estuvo signado por las diferenciaciones y desigualdades. En cuanto a la política internacional se conformó en base a un mundo bipolar, bajo la tangible división este-oeste, que se sobrellevó hasta la caída del muro berlinés a fines de los años ochenta. A nivel estatal, este período fue el gestor definitivo de la estatalidad nacional, ya que en su transcurso se triplicaron los estados nacionales existentes, fruto del desenvolvimiento de los procesos de descolonización que involucraron a las ex geografías coloniales de las potencias europeas, por entonces asumiendo su declinación por el advenimiento de la hegemonía estadounidense. Desde el punto de vista económico, la dicotomía desarrollo-subdesarrollo fue el telón de fondo de esa media centuria, señalando, claramente, las pronunciadas diferencias socioeconómicas entre el capitalismo avanzado y el mundo capitalista rezagado, aquel conformado por las zonas de las ex colonias europeas.
La globalización, en este sentido, vino a zanjar este mundo de diferencias, y si no hizo desaparecer las desigualdades por lo menos las desproblematizaba. En primer lugar, la desaparición del bloque del este, comunista, dejó abierto el horizonte a un único sistema, el capitalista, quedando planteado entonces el desafío de la absorción por parte del "mercado" de la inmensa geografía euroasiática del socialismo. En segundo lugar, la consolidación del fenómeno transnacional erosionó los marcos nacionales, relativamente impenetrables en la etapa previa, señalando las cuestiones de la integración productiva, de la reducción efectiva de las soberanías nacionales y de la pérdida de vigencia de los instrumentos clásicos de planificación político-económica. En tercer lugar, finalmente, y no tan sólo por la sumatoria de las dos característica previamente descriptas, la desaparición de las categorizaciones problemáticas, ya que el mercado mundial volvía a ser identificado plenamente como una oportunidad y no como un obstáculo [5]. Una consecuencia directa de esto fue la irrupción del concepto de mercados emergentes, que reflejaba plenamente la renovada ilusión en el desarrollo espontáneo [6].
La globalización se presentaba, entonces, como una ruptura taxativa respecto del pasado y, además, como un fenómeno inevitable. Estas dos características aunadas la muestran claramente como "ideología", entendiendo por esto un intento de reinterpretar el mundo desde el poder, tendiente a quebrar estratégicamente a la resistencia de los explotados, a incrementar la opresión material baja la daga del terrorismo intelectual [7]. Este escenario reforzaba el instrumentalismo, es decir, el tecnocratismo, y este papel degradante le cupo, en gran medida, a los economistas, portadores de una especie de ciencia suprema.
- La Cuestión Periférica
Desde el Cehu, a partir de este análisis, se decidió un curso de acción concreto, enderezado a reintroducir cordura frente al frenesí globalizador, tan insustancial y deletéreo como rabiosamente lesivo del abecé de la geografía. Había que dotar de materialidad al dominio irrestricto de la abstracción, pues ese era el legado fundamental de la pretenciosa cosmovisión de fin de milenio.
Así nació "La cuestión periférica o Periferias en cuestión", un programa de actividades decidido con el fin de restablecer la discusión geográfica, articulando al paso los desperdigados esfuerzos de los geógrafos de carne y hueso.
Como primer tarea se produjo una revisión de la globalización. Esta fue redefinida mediante una conceptualización previamente utilizada, la "transnacionalización madura"[8], cuyas implicancias más evidentes eran la aceleración de los cambios, la imposición inevitable de la escala mundial como marco comprensivo de los fenómenos y la necesaria impronta espacial de estas mutaciones. Por último, como corolario de lo antedicho, y directamente concernido por el título del programa de actividades, sostuvimos que estábamos en presencia de una etapa donde las periferias se hallaban sometidas a una presión como, tal vez, jamás antes se había visto. En otras palabras, asistíamos a una profundización de la internacionalización, que reforzaba la unidad de los procesos - claro que no la unificación, fútil idea transmitida por la cantinela globalizante- así como también agudizaba la diferenciación, las desigualdades.
La transnacionalización madura, pues, refrendando el carácter sistémico de los procesos de diferenciación territorial, convalida tanto la categoría periferia como la categoría región, y sobre todo esta última, ya que siendo una especificidad concreta, superior, puede dar cuenta de ciertas connotaciones territoriales (heterogeneidad situacional) que la periferia (heterogeneidad posicional) no alcanza a vislumbrar, a discernir.
Transformaciones de trascendencia social y regional
hacia la caída del Imperio Bizantino: desarrollo mercantil,
origen del capital industrial y cambios regionales
por Gerardo Mario de Jong
Diversas transformaciones puestas en evidencia con el surgimiento de procesos de desarrollo acelerado en países como China, India, Brasil, Rusia y el SE de Asia, producidos en forma paralela a la decadencia de los otrora pujantes países del ámbito del Atlántico del Norte, aquellos que no sólo fracasaron en la conformación de un mundo unipolar (posterior a la guerra fría), sino que actualmente enfrentan su propia decadencia, ameritan un espacio de reflexión.
La decadencia es evidente en términos económicos y políticos en el caso de EEUU: el déficit fiscal y la deuda externa más grandes del mundo, la caída del dólar como moneda de referencia (día a día, países y sectores económicos muy importantes de la economía mundial tratan de despegar sus activos financieros de la moneda de la otrora súper potencia), son manifestaciones de la transformaciones en curso. Europa occidental, la UE, que quedó pegada desde la llamada segunda guerra mundial al entonces poderoso empuje económico, político, militar, tecnológico y cultural de la naciente potencia, divaga ahora entre tremendas dificultades relacionadas a sus necesidades energéticas apenas satisfechas por potencias ajenas, las restricciones de los mercados para sus productos (muestra de su ineficiencia económica), sus conflictos culturales con los inmigrantes cuyo ingreso alguna vez fomentaron. Teles problemas la obligan a hacer concesiones y actuar como policía menor de los EEUU, con el único propósito de sentirse protegida por el paraguas de armas de destrucción masiva de la decadente potencia con frustradas aspiraciones unipolares.
Frente a estos comentarios, vale la pena hacer un paralelo con otra gran potencia venida a menos hace ahora 600 años: el imperio bizantino. Su caída significó cambios tremendos que la historiografía europea occidental ha tratado de minimizar, pero que, entre otras cosas, tuvo su impacto en el surgimiento de la revolución industrial. El actual mundo del las potencias del norte de Europa y el Atlántico norte, en tanto esa pujanza económica se trasladó a las colonias del capital industrial en el norte de América del Norte, tuvo su origen en la decadencia (principios del siglo XIII) y posterior caída del imperio centrado en Constantinopla (a mediados del siglo XV, el 29 de Mayo de 1453 cayó esa ciudad). Paradójicamente, en oposición de lo que nos ha hecho creer la historiografía europea occidental, la decadencia de ese imperio tuvo como punto de partida a las acciones de las áreas feudales subdesarrolladas de Europa Occidental para apropiarse de las riquezas que un modo de producción mercantil, con una industria naciente y en crecimiento, sustentaba un poder político y una organización social pujante. Los errores de conducción económica cometidos por los emperadores bizantinos a partir del siglo XII, en pos de acrecentar su poder político, condujeron a la destrucción de la base material construida meticulosamente desde el siglo IV; luego de la caída de Roma. Es decir que, pasados ocho siglos, los aludidos cambios trascendentales producidos a nivel político y económico dieron lugar a la caída del poderoso imperio. Ese análisis puede arrojar luz acerca de las formas de pensar las transformaciones recientes.
En vista de lo dicho, parece conveniente analizar las condiciones que dieron lugar al surgimiento del imperio que la historia ha denominado Bizantino, iniciado como Imperio Romano de Oriente. Sería conveniente un minucioso trabajo acerca de las razones que llevaron al emperador Constantino a fundar la “nueva Roma”, a partir de la ya existente pequeña ciudad de Bizancio, y a los hijos del emperador Teodosio a dividir definitivamente el Imperio Romano en el año 395, el de Oriente con capital en Constatinopla (Arcadio) y el de Occidente con capital en Roma (Honorio).
Las condiciones políticas, económicas y sociales que produjeron la consolidación de Imperio de Oriente, como tal, fueron muchas. No obstante y fundamentalmente, la sólida base material que se tradujo en la riqueza que lo caracterizó (más allá de sus muchas crisis políticas), fue muy diferente a la del decadente modo de producción esclavista de occidente. Mientras que en Roma, en el momento de la caída definitiva de esa gran capital en manos del germano Odoacro en el año 476, supuso el fin del imperio (retorno a los primeros tiempos pos revolución agrícola), en el de Oriente se consolidaba una economía mercantil asentada en la pequeña propiedad rural y en una pujante actividad artesanal que, con los años, daría lugar a una incipiente industria, tal como se comentará.
Mientras en la parte Romana del imperio, a partir del siglo III, los terratenientes volvían a sus tierras ante el colapso de la vida urbana y sometían a sus ex-esclavos a servidumbre (ya no se podían hacer cargo de ellos), en la parte helénica del imperio los campesinos libres para producir y comerciar aseguraban una base material al nuevo Estado. Este proceso daría lugar, en occidente, a una forma de producir (a la que sólo cabe el nombre de evolución decadente del modo de producción esclavista) que se ha definido en la historia como feudalismo, en el que los excedentes generados por los siervos de la gleba, además de alimentar la economía de sus señores, admitían la flexibilidad de comerciar sólo cuando aparecía el adquirente del bien disponible. Hasta el siglo XIII, el asalto a otras regiones y la apropiación de las riquezas de otras sociedades se transformó (como en los tiempos inmediatamente posteriores a la revolución agrícola), en un método bárbaro, usual en su aplicación por parte de los señores feudales.
En el área helénica, por lo contrario, un campesinado poseedor de sus tierras concretó excedentes que hicieron posible el mantenimiento de la sociedad urbana de la época con la existencia de un conjunto de ciudades pujantes que no desmerecían a la gran capital, Constantinopla, célebre por sus riquezas. Nicea, Trebisonda, Antioquia, Tesalónica, Damasco, Jerusalén y Alejandría son ejemplos de ese mundo urbano que retornaba artesanías hacia las áreas rurales (armas, instrumentos de labranza, papel –que fue conocido hacia el siglo VI-, etc.). Otras ciudades de menor jerarquía completaban un sistema urbano que tampoco desmerecía a los sistemas urbanos actuales. Hacia los siglos VII y VIII cayeron ante las invasiones árabes las tres últimas ciudades mencionadas, pero la influencia territorial, económica y política de Bizancio aseguró el funcionamiento del conjunto urbano. Largas rutas comerciales unían a ese conjunto con Persia, Samarcanda, Ceilán, India, Eritrea, Zanzíbar, Crimea, Kiev, Novgorod, Gotland y los asentamientos pseudo urbanos ubicados sobre el mar Báltico. Las rutas hacia Europa occidental eran marginales en ese esquema, siempre que se exceptúen las posesiones bizantinas del sur de Italia, la isla de Sicilia y los Balcanes. La eficiencia militar y el control del arma secreta del “fuego griego”, cerraron el esquema de poder.
Obviamente, el comercio no se mantuvo o consolidó sólo en base a los productos agropecuarios, a cuya generación contribuían Tracia, Asia menor, los valles fértiles de los ríos Eufrates y Tigris, Palestina y Siria, así como también el valle del río Nilo, poderoso proveedor de trigo. Una actividad artesanal acorde con el desarrollo urbano, según se mencionó, concurrió hacia el aludido intercambio.
Un papel fundamental en ese sentido fue el conocimiento y desarrollo de la tecnología de la seda a partir del siglo VI, que dio lugar la pujante producción de telas basadas en el hilado de esa fibra. Completaba el panorama de intercambio la tecnología naviera que dio lugar a un eficiente sistema de transporte y al control militar del Mediterráneo, el “mare nostrum” de los bizantinos. El dominio de las rutas hacia Zanzíbar, Ceilán e India por el océano Indico, a partir del mar Rojo, fue posible también en base a esta tecnología. Para cerrar este párrafo referido a la base económica bizantina, cabe mencionar que, hacia los siglos IX y X, la fabricación de tejidos de seda había adquirido un franco perfil industrial: la reproducción de estos tejidos podían encuadrarse perfectamente en la segunda figura de la mercancía, es decir, en el intercambio mercantil basado en bienes reproducidos sistemáticamente. Atenas, Tesalia, Sicilia y las ciudades costeras de Asia Menor se habían constituido en centros de esa actividad, la que se desarrollaba en talleres estatales, que empleaban grandes cantidades de operarios (obreros). Había nacido la industria, en una época anterior y en un lugar distinto a Flandes (siglo XVII). La seda, como mercancía reproducible, tuvo especial significación para la consolidación de las rutas comerciales bizantinas. Probablemente no fue la única mercancía reproducible que estimuló el intercambio mercantil, pero fue sin duda la manifestación de las transformaciones en la base material que consolidaba a Bizancio.
Pero ese orden económico y social había de cambiar: dos hechos se conjugarían para ello. Uno, muy importante, fue la concesión del manejo del comercio a los marginales venecianos en el siglo XI, quienes actuaron con un criterio extractivo en el manejo de las relaciones comerciales (parecido al esquema del comercio con América que instauró España), muy distinto al comportamiento de los comerciantes bizantinos que protestaban por las ventajas otorgadas a Venecia. El otro, en parte consecuencia del primero, fue la toma de Constantinopla por la cuarta cruzada en 1204, que no sólo produjo el saqueo de las riquezas culturales y materiales acumuladas durante nueve siglos, sino que tuvo un impacto económico temible (contra todo lo que se ha dicho en la historiografía occidental, fue esa toma por parte de los subdesarrollados europeos occidentales la verdadera caída del Imperio Bizantino). El efecto económico estuvo relacionado a la redistribución de la tierra entre señoríos feudales controlados por señores de occidente, lo cual destruyó la base agrícola imperial mediante el sometimiento a servidumbre de los campesinos (no obstante, cabe mencionar que algo de esto venía sucediendo como consecuencia de ciertas concesiones de tierras a terratenientes bizantinos como forma de pagar servicios militares).
El otro hecho remarcable para esta caída económica y política fue el absoluto control del comercio que exigió el dogo de Venecia como pago de la participación de su flota y ejercito en la toma de la ciudad más desarrollada del mundo contemporáneo, hecho que acentuó el rol ya desempeñado por los venecianos a partir del siglo XI.
Las rutas comerciales, manejadas alternativamente por venecianos y genoveses a partir de la “restauración” del “imperio” a partir de 1264, fueron definitivamente cortadas por la caída del imperio en manos de los turcos, incluida Costantinopla, a partir de mediados del siglo XV.
Es decir que, a partir de esa época, los estados europeos occidentales se preocuparon por inventar alguna otra forma mercantil, o símil de la misma, para lograr concretar el desarrollo al que aspiraban. Mientras las ciudades Estado italianas sufrían las consecuencias del corte de las relaciones mercantiles que habían heredado de Bizancio, los empobrecidos reyes españoles y portugueses buscaban su salida del conflicto coyuntural mediante la navegación: hacia el oeste los españoles; hacia Asia, circunnavegando África, los portugueses. Y así, ellos decían que “comerciaban” con América. Es un tipo de comercio muy particular que no se ejercía en los términos de la primera figura de la mercancía, ya que no se puede hablar de valores equivalentes, de bienes con distintos niveles de disponibilidad, cuando uno de los términos de la relación tiene un trabuco apuntando a su pecho. La exacción abarcó materias originales de América, alimentos, germoplasma y, sobre todo, oro y plata; todo ello a cambio de chucherías, espejitos, vidrios de colores, armas y tejidos que algunos europeos occidentales había comenzado a fabricar en imitación de las industrias de oriente a partir del siglo XIII. El crédito de las exportaciones americanas de los siglos XVI a XVIII todavía está pendiente de pago. A estos hechos la historiografía europea occidental los ha llamado “expansión del capitalismo mercantil europeo hacia el resto del mundo”; dicho de otra manera, la mundialización o primera globalización del modo de producción capitalista: una ingenuidad mayúscula.
La mirada eurocéntrica occidental ha soslayado, en general, la sustancia de esta parte de la historia e ignorado la importancia que tuvieron en la aparición del capitalismo industrial en el norte de Europa, en particular en Flandes durante la primera mitad del siglo XVII y en Inglaterra durante la segunda mitad de ese mismo siglo. Es decir, el mensaje que proyecta hacia el presente la más notoria y significativa transformación del modo de producción mercantil (con una naciente industria en el oriente del mediterráneo, a la que se debe el poder económico de Bizancio) hacia un capitalismo industrial que mundializó las relaciones sociales de producción (nacido en el norte de Europa), en la medida que los cambios en el uso y manejo de la energía (en torno a los nuevos procesos industriales), obligó a vastas áreas del planeta a proveer insumos para esa naciente industria energéticamente potenciada. El mundo y sus regiones, las relaciones de dependencia, las posibilidades de desarrollo, fueron distintas a partir de la caída, no prevista, de Bizancio en 1204.
En ese desarrollo de la industria en Flandes, que no por casualidad comenzó con la innovación tecnológica que acompañó el desarrollo de la industria textil, se dio conjuntamente con el mantenimiento y consolidación de la única ruta ente Europa y Asia que se mantuvo activa con luego de la toma de Constantinopla por los turcos. La ruta unía la Hansa del norte de Europa con Gotland en el Báltico, a ésta con Novgorod en Rusia de allí al Principado de Moscú; luego seguía por el Volga que los eficientes varegos navegaban sin dificultad, luego hacia Persia y Samarcanda (actual Uzbekistán), en la ruta tradicional de la seda; de allí a la India, Ceylán y China. La importancia de esta ruta, la única abierta por vía terrestre entre oriente y occidente luego de la caída de Constantinopla, tendría una especial significación, aunque no exclusivamente, en el surgimiento del capitalismo industrial en los Países Bajos durante la primera mitad del siglo XVII.
En este sentido, se podrían hacer importantes inferencias sobre influencia de la forma de conocer y de alimentar la toma de decisiones, desde el conocimiento creado, en torno al rescate del pensamiento griego luego de la constitución del Imperio Romano de Oriente (el proyecto político-ideológico de Constantino y la erección de Constantinopla como centro político). Los efectos de ese proyecto en la continuidad de un ámbito científico bizantino de cierta libertad de pensamiento (verificado en la conservación de las fuentes antiguas y la libertad en el uso de las mismas y las bibliotecas) y de un bloque científico-intelectual que alumbró las transformaciones mercantiles verificadas en la consolidación de las rutas del comercio con oriente (Ceilán, India, Persia) y su progresiva proyección desde el norte de África, Sicilia y sur de Italia hacia el occidente europeo (sobre todo el resto del Mediterráneo, España e Italia), son espacios de investigación casi vírgenes. No obstante, una primera lectura de la información bibliográfica y de cronistas existente, da pie a hipótesis subyugantes.
En resumen, pareciera entonces que, a la luz de los cambios aludidos, es necesario indagar, para entender las transformaciones actuales que se mencionan al principio, en las decisiones ideológicas y políticas relacionadas con el comportamiento de la base material de la sociedad y, justamente, en los cambios que ha alumbrado el modo de producción capitalista. Ese tipo de reflexiones son necesarias para entender que la modalidad de operación del capital industrial, tecnológicamente potenciado, es a la vez la razón de ser de la decadencia de occidente (entorno del Atlántico) y del surgimiento de potencias económicas como Brasil, Rusia, India y China. Ninguna potencia económica que registra la historia pudo sostener indefinidamente a grandes grupos de población al margen de un determinado modelo productivo. Ninguna potencia pudo sostener a ultranza una ineficiencia productiva. Las decisiones de hoy, alimentadas por las transformaciones surgidas en el modo de producción pueden ahogar o estimular a sociedades enteras. Las decisiones tomadas en el marco del conocimiento que la dinámica social amerita, pueden potenciar procesos de desarrollo. Tal vez a ciertas sociedades no les suceda que “entreguen sus rutas comerciales” o subvaloren sus ventajas comparativas, por desconocimiento acerca de lo que ello implica. Depende de la dinámica del sistema social y de su conocimiento la determinación de las ventajas comparativas a tener en cuenta.
En Bizancio las decisiones de entregar las rutas comerciales, de debilitar su marina, de debilitar con mercenarios su ejército, de transformar la estructura de tenencia de los medios de producción y debilitar su industria, condujo a la decadencia del imperio. Pero fueron aquellas sociedades que entendieron los aspectos positivos sobre los que descansó el poder económico bizantino en torno a un modo de producción renovado, las que generaron ideas que se hicieron realidades materiales hacia la construcción de las sociedades avanzadas de la primera revolución industrial. Entender, ahora, las razones de la decadencia de las sociedades del Atlántico norte y del surgimiento de las sociedades emergentes del BRIC, ya que ambos procesos son caras de una misma moneda, permite identificar la inserción posible de Latinoamérica y el Caribe en el mundo actual. El mundo actual, sus sociedades poderosas, sus pueblos dominados, sus regiones de pobres o de ricos, es la expresión de aquellos cambios acaecidos hace unos 600 años, el punto de arranque de un mundo distinto.
En un mundo como geografía,
notas sobre una geografía periférica y dependiente[9]
Jorge Osvaldo Morina
Algunas palabras sobre el mundo (como geografía).
La realidad socio-territorial argentina actual, y por lo tanto las realidades regionales, son, en gran medida, producto de la particular forma de acomodamiento de los grupos hegemónicos locales que, a través de distintas etapas históricas, han subalternizado a vastos sectores populares en función de “modelos” de dominación (sistemas de poder) liderados desde los denominados “países centrales”. El punto de inflexión que reconoce el pasaje del modelo mercadointernista al de apertura esencialmente importadora, concentración económica y exclusión social, vivido en Argentina hacia 1975/76, debe ser contextualizado en la imposición de una redefinición del sistema internacional. Esta, se vincula con la expansión, a diferentes escalas y con intensidades dispares, del “sistema de poder ultraliberal”, que contrariamente a su discurso antiestatista, sólo sobrevive merced a un fuerte anclaje en el Estado.
El proceso de concentración continua de la economía global se va agotando. La pelea por los mercados exige medidas extraeconómicas para triunfar: emerge la amenaza de la guerra a nivel mundial. Pero la “guerra contra el terrorismo” que EE.UU. declaró a partir del 11 de setiembre de 2001 es una aventura errática. El capitalismo occidental, sobre todo el norteamericano, procura salvarse a costa del resto del planeta. Bajo este esquema, los acuerdos multilaterales tienden a favorecer los intereses unilaterales de EE.UU. Es el caso de la OMC a partir del encuentro de Qatar y del ALCA a escala americana.
Tarde o temprano la recesión desembocará en un desplome bursátil global. En Estados Unidos las quiebras empresarias fueron en 2001 tres veces más frecuentes que hacia finales de la década pasada. En esos años iniciales del siglo XXI un reconocido especialista escribió: “En esta situación depresiva, en el Norte las importaciones bajarán en volumen y precio. En consecuencia, los países del Sur perderán toda capacidad para pagar la deuda externa, no les quedará otra opción que hundirse en la miseria extrema o liberarse de esas obligaciones para salvar (lo que queda) de sus mercados internos. Argentina es un caso ejemplar de dicho fenómeno” (Dierckxsens, 2002: 14).
De todos modos, existe una especie de consenso amplio –gracias también al derrumbe de la primera experiencia de construcción de una alternativa socialista- sobre la idea de que el capitalismo representaría un horizonte insuperable. Pero claro, esta interpretación deja de lado una serie de características nuevas que expresan lo que se ha definido como la “senilidad” del sistema capitalista (Beinstein, 1999; Amín, 2002). Por cierto, cuando se nos presentan algunos discursos dominantes referidos a la nueva organización del trabajo (la llamada “sociedad en red”), o también a las transformaciones en la propiedad del capital (“modo de acumulación patrimonial”, o de modo más vulgar “capitalismo popular”), o cuando se menciona a la ciencia convertida en “factor fundamental de producción”, estamos en presencia de “ilusiones tecnicistas”. Por supuesto, esas ilusiones se repiten a lo largo de la historia, porque la ideología del sistema siempre ha tenido necesidad de ellas para evadir la verdadera cuestión: ¿quién controla el uso de la tecnología? ¿quién controla los conocimientos necesarios para la producción?
En su expansión mundial, el capitalismo ha construido, reproducido y profundizado sin cesar, una asimetría entre sus centros de conquista y las periferias dominadas. Es por eso que podemos coincidir en definir al capitalismo como un sistema imperialista natural, representando el imperialismo la “fase permanente” del capitalismo (Amín, 2002). En el contraste expresado a través de las asimetrías crecientes, es interesante notar la contradicción principal del capitalismo, entendido como sistema geográfico mundial. Tal contradicción se manifiesta también en términos ideológicos y políticos, a través del contraste entre el discurso universalista del capital y la realidad de lo que produce su expansión, es decir, la creciente desigualdad entre los pueblos de la Tierra.
Todo parece indicar que el capítulo de la expansión constructiva (recordando el concepto “destrucción creadora” utilizado por Schumpeter) se ha cerrado de manera definitiva. El actual flujo de ganancias y de transferencias de capital “de Sur a Norte” supera con amplitud, y no sólo en términos cuantitativos, el reducido flujo de nuevas exportaciones de capital en sentido contrario. Este desequilibrio no es coyuntural, como pretende la prédica liberal, y se traduce en un vuelco en las relaciones entre la dimensión constructiva y la destructiva, ambas inherentes al capitalismo. Hoy, cada expansión –incluso marginal- del capital en las periferias implica destrucciones de alcance inimaginable. Por ejemplo, la apertura de la agricultura a la expansión del capital, marginal en términos de oportunidades potenciales para la inversión (y en términos de creación de puestos de trabajo modernos, de alta productividad), vuelve a poner en discusión la supervivencia del género humano.
Otro ejemplo se puede apreciar en la explotación de los recursos energéticos. Uno de los incentivos más poderosos que la inversión extranjera (IE) pide, y los regímenes influenciables ofrecen es el de la privatización de los hidrocarburos. Una vez “atracados” los activos nacionales estratégicos, la IE se asegura, a través de gobernantes sumisos o cómplices, con muy buenos resultados, el control de los campos más lucrativos de petróleo y gas (Petras, 2005).[10] Por razones de espacio cerramos aquí estos comentarios sobre la realidad mundial[11].
Notas sobre una geografía periférica y dependiente
(como es la Argentina).
Decíamos en la introducción que hacia 1975/76 comienza una transformación tan profunda de la Argentina que, sin duda alguna, puede hablarse de una refundación de nuestro país. El alcance del proceso de destrucción nacional que se estaba implantando para perdurar por décadas, no era imaginado por demasiados librepensadores de aquel entonces, con algunas excepciones[12].
Sin dejar de lado otros ejes de análisis o claves explicativas, entendemos que avanzar en el conocimiento de los procesos de endeudamiento externo, reestructuración productiva, distribución del ingreso y redefinición del Estado, puede resultar un camino metodológico adecuado para comprender los dramáticos cambios acaecidos en nuestra geografía.
Aunque en realidad funcionen estrechamente articuladas e imbricadas, una mejor comprensión procesual hace recomendable un estudio separado de esas claves explicativas:
En este X Encuentro Humboldt la propuesta es reseñar sintéticamente una de esas claves de las transformaciones iniciadas en la última dictadura, consolidadas desde su finalización, y agravadas desde 1989 hasta nuestros días. En los párrafos siguientes, seleccionamos la reestructuración productiva y nos dedicamos sobre todo a la década de 1990 y a los años que van desde la enorme devaluación posterior a la convertibilidad hasta 2008, recordando que en trabajos anteriores estudiamos en detalle el período dictatorial 1976-1983[13].
Reestructuración productiva: los aspectos salientes de este proceso han sido el estancamiento, la desindustrialización, la concentración de la producción y la afirmación de un nuevo perfil productivo. El primero de ellos se refiere a la notoria caída del ingreso promedio de los argentinos; el segundo alude a la menor incidencia del sector industrial sobre el PBI total, a la caída en el número de establecimientos y al descenso en la ocupación sectorial. Sobre el tercer aspecto, también de acuerdo a información censal, se constata que las ramas altamente concentradas generaban menos del 45 % de la producción en 1974, 51 % en 1984 y 61 % en 1994. La concentración ha continuado en los últimos años. Acerca del nuevo perfil, la década del 80 mostró la creciente importancia de un conjunto de bienes intermedios que conformaban la base principal de los grandes grupos económicos. Durante la década del 90, en términos de composición sectorial, se advierte una mayor participación de la producción de alimentos y la refinación de petróleo. Esto supone el ascenso de las producciones vinculadas a ventajas comparativas naturales.
En suma, el entonces nuevo patrón de acumulación otorgaba un papel subordinado a la acumulación industrial, asignando recursos hacia sectores primarios y desarticulando las cadenas de valor preexistentes. Lo descripto explica, en parte, el elevado nivel de desempleo que se registró en Argentina con la aplicación del Plan de Convertibilidad, que fue superado ampliamente en el pico de la crisis social y el marasmo económico que se vivió durante 2002, cuando la gigantesca devaluación constituyó un elemento medular de la política oficial destinada a regenerar la capacidad de acumulación de los capitalistas, como corresponde a un Estado creado históricamente a imagen y semejanza de las clases dominantes.
En el segundo semestre de 2002 comienzan a perfilarse claramente nuevas tendencias que, con el correr de los años se tornarían características de aquello que se conoce como un nuevo “modelo” económico. Se trata en realidad de transformaciones en el régimen de acumulación que, en nuestra formación social y económica nacional, expresa la articulación al sistema internacional imperialista desde lazos de dependencia que pueden cambiar su “ropaje” pero se mantienen incólumes.
Este patrón de acumulación combina el énfasis industrialista que tuvo la sustitución de importaciones con la fuerte asociación con el capital extranjero del breve experimento desarrollista (1958-1962). Pero el esquema que se viene gestando presenta, además, puntos de contacto con el régimen agro-exportador en la centralidad de la actividad agraria y cierto parentesco con el curso neoliberal financiero (1975-2001) en la regresividad social.
El “neo-desarrollismo” es un proyecto que comparten todas las clases dominantes. Su comando recae sobre las grandes empresas argentinas que internacionalizaron sus actividades. Se han entrelazado con capitales foráneos, adoptaron un perfil exportador y tienen muchos negocios en el exterior. Pero no priorizan el mercado interno, la acumulación endógena, ni la redistribución de ingresos. Propician un rumbo “industrialista” aceptado por los sectores más poderosos de los agro-negocios y alentado por empresas extranjeras que aseguran su liderazgo en numerosos rubros. El PBI superó el nivel de actividad que precedió a la crisis y el auge continuó en 2007. Esta dinámica ha sido estimulada por el alza de los precios de los productos básicos que exporta el país y obedece también a la magnitud de la depresión previa, que desvalorizó masivamente el capital y la fuerza de trabajo, creando condiciones para un rebote de la producción (Katz, 2007).
El nivel de concentración económica actual es capaz de hacer palidecer a los objetivos en ese sentido que se trazara el propio plan encabezado por Martínez de Hoz al inicio de la última dictadura [14].
El viraje manufacturero actual ya no cubre las carencias industriales de los años treinta, sino que surge luego de un largo proceso de regresión fabril que desarticuló la estructura productiva. Este resurgimiento es resultado directo de la devaluación, el abaratamiento de la fuerza de trabajo y la capacidad ociosa precedente y no conduce a reconstruir el viejo tejido industrial centrado en el mercado interno.
En 2003 la producción industrial creció un 17 %, luego de acumular una caída del 30 % entre 1998 y 2002. La utilización de la capacidad instalada se ubicó en un 65 %, cuando en 2002 había sido de 56 %. Como la producción del sector subió más que la ocupación, la productividad creció un 11 % en 2003. El aumento de precios resultante de la devaluación provocó una fuerte caída en los ingresos reales de los asalariados y, más aún, en los costos salariales de los empresarios. En 2002 el salario medio industrial cayó un 19 %; los costos salariales bajaron 36 % (Schoor, 2004).
Producto de lo anterior se observó un marcado incremento de la rentabilidad empresaria. En 2003, el excedente captado por los industriales (sobre todo por las fracciones más concentradas que lideran la expansión reciente) creció “apenas” 9%. Luego de haber aumentado casi el 60% en 2002 (Schoor, op. cit.). Ciertamente, la contribución del sector a la resolución de los problemas más acuciantes del país (desocupación e inequidad distributiva) ha resultado mínima por ahora.
La revitalización industrial es auspiciada por el gobierno nacional a través de subsidios a las empresas. Para financiar promociones, desgravaciones y rebajas de cargas patronales, el fisco autorizó exenciones por $ 14.892 millones en 2007, es decir el 10 % de la recaudación. Esto supera en 12 % el auxilio concedido en el presupuesto anterior.
Este “modelo” tiene un basamento estratégico en el sector agrario, pero la época dorada de Argentina en el comercio mundial ha concluido hace tiempo, y las ventajas naturales de la Pampa Húmeda ya no le otorgan al país un lugar privilegiado en la división internacional del trabajo. A diferencia de la industria, el producto bruto de este sector viene creciendo sin interrupciones en los últimos 15 años a una tasa de 5,7 %, sin frenos significativos. La devaluación de 2002 incentivó este avance al generar una rentabilidad que bordea los máximos históricos (Giarraca, N.; Teubal, M., 2005; Rodríguez, 2006).
Ese impulso consolida un esquema apoyado en la preeminencia de la soja (transgénica en más del 95 %), la destrucción de cultivos regionales, el cierre de tambos, el desplazamiento de campesinos y pequeños productores y la fuerte concentración en la tenencia de la tierra (Pengue, 2005; Pengue, 2006). Se estimula el monocultivo y se alienta la expulsión de trabajadores rurales. También es afectada la ganadería que mantiene un plantel similar al de hace 50 años.
Cuando repunta la demanda local o extranjera se encarece la carne. A pesar de las elevadas ganancias del sector, los ruralistas han retomado su periódica beligerancia contra el gobierno de turno, dado que siempre se han considerado propietarios del total de la renta agraria, identificando a las retenciones como una inaceptable interferencia impositiva del Estado sobre sus beneficios.
Si a las caracterizaciones de los párrafos previos le sumamos el papel de perfiles productivos netamente exportadores y muy poco generadores de empleo, como es el caso de la gran minería metalífera, o la consolidación del esquema de gestión privada de los hidrocarburos, no será difícil imaginar los problemas que se avecinan. Nos referimos a problemas que ya son y seguirán siendo padecidos por gran parte de nuestra población, y no por empresarios nacionales y extranjeros que sobre esta base económica acumulan rentas de privilegio con pleno apoyo de la superestructura jurídica, política e ideológica.
No es un secreto que los marcos normativos generados desde 1989 (bastante antes de la privatización de YPF) para la explotación de hidrocarburos se siguen sosteniendo a rajatabla hasta nuestros días. De ese modo, las grandes petroleras siguen cumpliendo sus objetivos de extraer mucho, explorar poco y nada y exportar todo lo posible. Sin embargo, el Parlamento Nacional sancionó en 2006 una Ley (enviada por el PEN) que otorga subsidios por 15 años a esas mismas compañías.
Otro tanto ocurre con la legislación minera, tan a medida de las multinacionales que casi hay que pagarles para que continúen con el saqueo de los recursos naturales. A tanto llegan las increíbles deducciones previas al pago de las magras regalías, las exenciones impositivas, la posibilidad de girar al exterior el 100 % de las divisas embolsadas por exportaciones, en un marco de “seguridad jurídica” y estabilidad fiscal por 30 años (Nieva, 2005; Gutman, 2007). El “cofre bien sellado” que mencionaba J. V. González al comenzar el siglo XX ya está bien abierto en el segundo lustro del XXI.
Cerramos este apartado recordando la interpretación de un destacado investigador extranjero que, analizando el devenir de la Argentina entre 2003 y 2007, considera que se trata de un caso de “crecimiento tan intenso como excluyente” (Salama, 2007).
Son tiempos de superávit fiscal y récord de reservas en el Banco Central. El Estado atesora fondos, pero su finalidad es afrontar eventuales tormentas financieras, como lo hacen todas las economías capitalistas en resguardo del sistema. Los permanentes subsidios a los capitalistas también nos advierten sobre el destino de una parte sustantiva de la recaudación.
Son tiempos también de modernización de la miseria. El esquema en curso permite acceder al celular pero no a las cloacas, especialmente en el norte del país, donde más de un tercio de la población carece de inodoro o desagüe.
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NOCHE EN EL BAR EL CAIRO –
DURANTE EL ENCUENTRO DE ROSARIO
Inaugurado en 1943 en la planta baja de una casona, famoso por sus reuniones de artistas e intelectuales locales, nacionales e internacionales. Inmortalizado por el escritor rosarino Roberto Fontanarrosa en su libro "La mesa de los galanes" abrió su esquina en Sarmiento y Santa Fe, luego de que un voraz incendio hiciera peligrar el proyecto de reconstrucción allá por Mayo del 2004. Leyenda urbana por donde se lo mire, comenzó como un típico café, con mesas de billar, donde los hombres de la ciudad se juntaban para hablar de fútbol, política y mujeres. En la década del 70, tras ser remodelado, se convierte en un lugar donde un público de jóvenes intelectuales hacían del bar un punto de encuentro fundamental.
Nilde Ferreira Balçao (Brasil) y Omar Gejo (Argentina).
Mexicanos, argentinos y brasileros compartiendo la Mesa del Negro Fontanarrosa.
Álvaro Sánchez Crispín (México) y Nathan Belcavello de Oliveira (Brasil).
Omar Gejo (Argentina), Edson Trajano Vieira y Dulciene Da Costa Fraçao (Brasil).
Telma Souza Chaves (Brasil) y Ana María Liberali (Argentina).
CENA Y BRINDIS DE DESPEDIDA DEL X ENCUENTRO
Elián Babini (Rosario – Argentina) – Franco Martínez (Rosario – Argentina)
Érica Lugo (Rosario – Argentina)
Liliana Díaz Zayas (Rosario – Argentina)
Nathan Belcavello de Oliveira (Brasilia – Brasil) – Omar Gejo (Buenos Aires - Argentina)
Nilde Ferreira Balçao (Taubaté – Brasil)
Edson Trajano Vieira (Taubaté – Brasil) – Joao Villas Boas (Juiz de Fora – Brasil)
Omar Gejo (Argentina) – Solange Redondo (Luján – Argentina)
Diego de Souza Pérez (Brasil) – María del Carmen Lascano (Rosario – Argentina)
– Solange Redondo (Argentina) – Darío Garnero (Rosario - Argentina)
Joao Villas Boas (Brasil) – Jussara Mantelli (Río Grande – Brasil) –
Diego de Souza Pérez (Río de Janeiro – Brasil)
Susana Fratini (Luján – Argentina)
Solange Redondo – Érica Lugo (Argentina) – Elián Babini (Argentina) – Darío Garnero (Argentina)
[1] Por capitalismo globalizado podemos entender, desde una perspectiva geográfica, la conjunción de tres ideas básicas falsas: el fin del ciclo económico con la instalación de un crecimiento continuo (sostenido); la conformación de un ultraimperialismo o un condominio interimperialista mundial; y la factibilidad del desarrollo en la periferia por simple absorción del mercado mundial. Estas tres ideas interrelacionadas constituyeron el meollo de la ideología globalizadora y la descarada confesión de su carácter manifiestamente antigeográfico.
[2] El año 1993 había finalizado en Argentina con la primera gran convulsión "antimodelo": el 16 de diciembre una pueblada conmueve a Santiago del Estero y señalará la senda de las posteriores rebeliones que culminarán el 19 y 20 de diciembre de 2001. En tanto que el primero de enero de 1994, en el sur de México, se produjo el levantamiento zapatista, el preludio del agotamiento del 'salinismo' y el punto de partida de los movimientos antiglobalizadores.
[3] "Las personas no son máquinas pensantes (absorben al menos tanta información a través de al vista, el olfato y los sentimientos, como los símbolos abstractos), y el mundo no es inmaterial: la realidad virtual no es tal realidad. El peso sobre la humanidad del tiempo y del espacio, del terruño y de la historia - en suma, de la geografía- es mayor que el que probablemente pueda levantar jamás cualquier tecnología agrícola". "La vigencia de Dos Tiranías", en Meridiano - Revista de Geografía Nro 2, marzo de 1996.
[4] En los números 4 (marzo de 1997),5 (noviembre de 1997) y 6 (octubre de 1998) de Meridiano - Revista de Geografía se aborda un tema decisisvo: la manifiesta intervención del estado en el momento de la 'deserción' (sic) o 'ausencia' (sic) del estado. El 'progresismo' hacía de esta falacia su plataforma de operaciones. Con "Brasil, ¿ayer?; "El 'otro' modelo" y "Deuda, Bancos y Política Económica", quedaban al desnudo las gruesas falencias de esas interpretaciones.
[5] Las nociones de periferia y dependencia han sido un producto del pensamiento latinoamericano enmarcado en el cuadro de necesidades del desarrollo capitalista atrasado tras la crisis del 30 y, principalmente, luego de la segunda guerra mundial. Argentina primero, Brasil después, fueron las cunas de estas percepciones problemáticas de la relación entre los países atrasados y el mercado mundial.
[6] Los mercados emergentes significan, por un lado, el creciente excedente de capital dinero en los circuitos centrales, y, por el otro, las menguadas posibilidades de hacer de los mercados periféricos ( en particular de los latinoamercianos) las superficies para reeditar las experiencias desarrollistas. Gejo, Omar (1999): "La década del 90. Apuntes para un cuadro de situación.". En: Boletin del Centro de Estudios Alexander von Humboldt, año 3, N 5, Buenos Aires.
[7] Es conocido el término "pensamiento único" entre nosotros, o "T.I.N.A." ( "No hay alternativa") entre los anglosajones y su claro significado de extorsión intelectual..
[8] Nos referimos al último tercio del siglo veinte, signado por la agudización de la puja interimperialista, la aparición de una periferia exportadora de carácter industrial en el este de Asia y el arrumbamiento comercial de las tradicionales periferias exportadoras primarias (véase en este mismo texto el apartado "Un contexto mundial: haciendo Geografía (1990-1995)".).
[9] Este resumen se desprende, en parte, de un trabajo del autor elaborado para el Capítulo 1 (“Claves para entender una geografía periférica y dependiente como es la Argentina”) del libro Cuestiones regionales en la Argentina al comenzar el siglo XXI, Serie Publicaciones del PROEG Nº 5, Departamento de Ciencias Sociales, UNLu, 2008.
1 Cualquier similitud o identificación de casos concretos en Argentina, como la modificación del marco regulatorio y posterior privatización de YPF, durante la gestión menemista, o la renegociación y prórroga hasta 2027 que se le otorgó a Repsol en el año 2000 para explotar el yacimiento gasífero Loma de la Lata; o la más reciente entrega del patrimonio ejecutada en 2007 por las autoridades de dos provincias patagónicas (Chubut y Santa Cruz), con aval del gobierno central, al firmar la prórroga hasta 2027, con opción a 20 años más (2047), con la petrolera Pan American Energy, para explotar los yacimientos de la cuenca del Golfo San Jorge, incluyendo los muy productivos de Cerro Dragón, difícilmente sea “pura coincidencia”
[11]Con el fin de no extendernos en este apartado, para el análisis del contexto internacional en que se producen los cambios en nuestro país, además de algunos trabajos ya citados, se recomienda recurrir a marcos teóricos y desarrollos empíricos como los que pueden hallarse en: Palloix, 1975; Harvey, 2004; Toussaint, 2004; Ceceña; Sader, 2002; Calloni; Ducrot, 2004; Gavaldá, 2004; Petras; Veltmeyer, 2004; Dos Santos, 1998; Dos Santos, 2004; Gunder Frank, 2004; Beinstein, 2007; Jalife-Rahme, 2007; Chesnais, 2007.
[12]Merece destacarse el análisis claro y conmovedor realizado por el escritor Rodolfo Walsh acerca del primer año de gestión de la última dictadura, enviado a la prensa escrita el 24/03/1977. Un día después, R. Walsh fue asesinado por el gobierno de facto en la Capital Federal.
[13] Entre otros: Gejo; Morina; Velázquez, 2000; Morina; Velázquez; Gómez Lende, 2004; Morina, 2005.
[14]Una compañía produce el 99 % de la chapa laminada en frío y 84 % de la laminada en caliente; tres empresas concentran el 96 % de la producción de cemento; una empresa comercializa el 77 % de los fertilizantes; otra vende el 79 % de los agroquímicos. En alimentos la gravedad de la cuestión no es menor: dos empresas venden el 70 % de la leche fluida, chocolatada y yogures; otras dos, el 77 % de las galletitas saladas y el 73 % de las dulces; dos compañías concentran el 81 % en cervezas. La concentración también es grande en energía, petroquímica, telecomunicaciones, supermercados, etc. (Navarro, 2007).